Alberdi, Peron, Bergoglio

Arte, Cultura & Società

Di

Juan Bautista Alberdi fue uno de los más profundos pensadores argentinos del siglo XIX, si no fue el mayor. Formó parte de la élite liberal que dio forma y contenido a nuestra patria. Batalló infatigablemente contra el sector del liberalismo representado por Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento siendo acusado, ya en el siglo XX de liberal extranjerizante por el naciente nacionalismo.

Rara coincidencia que mantiene aún en las fronteras del pensamiento, al gran exiliado del siglo XIX. Su liberalismo, salvo honrosas excepciones, no fue comprendido. Ciertos liberales lo asimilan a Sarmiento. Nada más errado. Y otras corrientes, entre ellos sectores peronistas de mirada rancia, rechazan a este tucumano, de hondas raíces criollas que junto al general Urquiza fueron los artífices de la Organización Nacional paso previo y necesario a la soberanía política otorgada por Ley Sáenz Peña que daría entrada, luego, a la Justicia Social del general Perón y al actual ciclo de institucionalidad democrática.

Su liberalismo difiere esencialmente del que profesaron contemporáneos suyos como Castelli, Rivadavia, Mitre o Sarmiento, por caso, sesgados al racionalismo iluminista de la Revolución Francesa que puso en manos de la idea y la razón los destinos de la historia.

EL ILUMINISMO

El primer interrogante a despejar será pues: ¿qué es el iluminismo? Para un lector no especializado en el tema, el iluminismo fue y es una ideología que se potenció en Francia con aportes de intelectuales ingleses y norteamericanos. Haciendo su aparición en el mundo en la primera mitad del siglo XVIII. Pueden usarse como sinónimos: racionalismo, enciclopedismo y finalmente liberalismo. Este cuerpo de doctrina habilitó los grandes cambios revolucionarios en los EE.UU. en 1776 y en Francia en 1789. En esencia el iluminismo se sostiene en la razón como único camino al conocimiento, al progreso, a la convivencia social y al crecimiento económico, poseyendo al mismo tiempo un código ético. Se aferran a la razón como quien se aferra a la vida y creen religiosamente, una forma de decir, en la racionalidad del comportamiento humano.

Creen también en el progreso indefinido en camino a la perfección humana. Dueños de un pensamiento afín a las matemáticas y a la geometría están convencidos que las leyes y las ciencias gobiernan la naturaleza, al individuo y a las sociedades.

El racionalismo incorpora también como novedad la voluntad, pues es ella y el esfuerzo personal los generadores de los cambios individuales y sociales. El iluminismo lleva ínsito la idea elitista de vanguardias esclarecidas en condiciones de llevar la luz a quienes todavía están sumergidos en las tinieblas. Intenta como ideología cubrir todos los aspectos de la vivencia humana. En este sentido es totalitario porque da respuestas a la totalidad de las dudas y controversias. Para ser honesto, el racionalismo no admite la duda. Pero hay algo más importante que define al iluminismo y esto es la construcción de una idea, de una propuesta, de una forma de organización social cimentada en la cabeza, por medio de la razón y la especulación intelectual y llevada desde ahí a la realidad. Metida a presión. Desde arriba por un gobierno omnímodo o desde abajo por medio de una revolución de élites. Lo que podríamos llamar la construcción de la Utopía que se impone a golpes de fuerza desde afuera de la historia con el afán de empezar de nuevo.

Filósofos iluministas como Diderot y Condorcet quizás sean quienes mejor expresaron esta postura al asignarle a la naturaleza humana una similitud universal siendo la misma en todas partes y bajo cualquier circunstancia.

El Iluminismo cree en una verdad universal afín a todos los pueblos, independientemente de su cultura, sostenida en la ciencia y demostrable al conjunto de la humanidad. Esta concepción hace que haya valores superiores pues hay culturas que han alcanzado más rápidamente el desarrollo y el progreso, por lo tanto en aras del mejoramiento de la humanidad vale imponerlas por la fuerza. Es el caso de un digno exponente del iluminismo revolucionario como fue Napoleón que llevó la Revolución Francesa a toda Europa imponiéndola a punta de bayoneta.

EL HISTORICISMO

Alberdi pensaba distinto, no creía que la idea se imponía a la realidad. Su liberalismo vinculado al romanticismo construyó lo que se conoce como historicismo. Ambos: iluminismo e historicismo pertenecen a la vasta ideología liberal, ambos creen en el progreso indefinido, sin embargo este progreso se alcanza por caminos diferentes.

El racionalismo lo promueve por golpes bruscos y cambios revolucionarios puesto que la razón se impone a la historia o lo que es lo mismo: la idea crea la realidad. Formulados, entonces, los valores, estos fuerzan el contexto en el marco espiritual de una utopía revolucionaria. En consecuencia creen en la Revolución como motor del progreso. A manera de ejemplo tomo al azar una frase de Sarmiento, expresión del iluminismo criollo: “Y el hecho práctico desmiente solemnemente la idea del progreso lento, paulatino, moderado. El progreso ha sido siempre exabrupto, repentino, rápido”. Por el contrario el historicismo entiende el progreso como un movimiento interior a la historia. Inmanente a ella, que en un crescendo continuo y armonioso y alcanza el porvenir sin sobresaltos revolucionarios. Son leyes que responden a un sin fin de factores culturales, religiosos, históricos, geográficos o de costumbres las que promueven la marcha.

El progreso está en la naturaleza de la historia. Creen en la evolución, no en la revolución. Esto hace que Alberdi afirmara: “Promover el progreso, sin precipitarlo; evitar los saltos y las soluciones violentas en el camino gradual de los adelantamientos; abstenerse de hacer, cuando no se sabe hacer, o no se puede hacer; proteger las garantías públicas, sin descuidar las individualidades, cambiar, mudar, corregir conservando”. Los iluministas por el contrario no conservan, arrasan las tradiciones y las costumbres. Se sienten obligados a una higiene general para adecuar la realidad a su utopía y homogeneizar la sociedad en torno a sus valores universales. Igualando lo que por naturaleza es diferente.

¿Qué tiene que ver lo dicho con Perón? Mucho y central en la comprensión de su pensamiento. Ya he demostrado en un libro, escrito hace dieciséis años, los vínculos personales de Perón con el sector liberal del Ejército comandado por el general Agustín P. Justo. En esta oportunidad adiciono al vuelo una explicación de su pensamiento y la manera de abordaje de la realidad que el General tenía. Fue un lugar común en Perón, en decenas de discursos, escritos y charlas informales frases como la de “crear una montura y cabalgar la historia” u otra como la de “ir con la marea”.

En su libro Conducción Política escribía: “No hay recetas para conducir pueblos, ni hay libros que aconsejen cuales son los procedimientos. Los pueblos se conducen vívidamente. Y las circunstancias son tan difíciles de apreciar que la inteligencia y el racionalismo son a menudo sobrepasados por la acción del propio fenómeno. Y para concebirlo hay solamente una cosa superior, que es la percepción intuitiva”.

Observe el lector la valoración que Perón hace de la percepción y de la intuición como camino al conocimiento. Tal como los románticos apreciaban el hecho cognitivo. Más adelante en el mismo libro afirma: “La Revolución francesa fue preparada meticulosa y maravillosamente durante cuarenta años por los enciclopedistas sin embargo no previeron un Danton ni un Marat que les cambió todos los papeles. Vale decir no hay una continuidad segura entre el proyecto y la realización. Vale decir no hay seguridad en el método ideal. Los acontecimientos suelen ser muchos más sabios”.

Ideas que revelan un pensamiento que aplica al historicismo liberal que cree en la fuerza interior de la historia en su marcha al progreso. Marcha que el hombre no puede torcer modificando su rumbo. A lo sumo podrá atrasarlo o adelantarlo. Lo que pone en evidencia cierta comunión intelectual entre el liberalismo de Alberdi y el de Perón. Y no creo necesario demostrar que el General estuvo más cerca de la idea de evolución que de revolución.

Dicho esto ¿qué tiene que ver Bergoglio con lo escrito hasta aquí? Austen Ivereigh, en su brillante libro sobre Francisco El Gran Reformador cita un trabajo del Papa de la década del ‘70 donde este afirma: “Lo peor que puede ocurrirle a un ser humano es dejarse arrastrar por las luces de la razón”. Racionalismo que Bergoglio le atribuye tanto al iluminismo como al marxismo. Para el Papa el pueblo posee una racionalidad y tiene su proyecto que no se lo da nadie. Descarta a las élites ilustradas que se oponen al “Plan de Dios”. Juan Carlos Scannone, teólogo jesuita, profesor de Bergoglio y padre junto al sacerdote Gera autores de la Teología del Pueblo afirmaba: “La racionalidad sapiencial de la cultura popular no es la de la Ilustración ni se corresponden con los cánones del razonamiento moderno tecnológico e instrumental.” Y acotaba Gera: “… que no se trata de imponer categorías sino de interpretar el proyecto del pueblo a la luz de la historia de la salvación”.

En síntesis lo que para los historicistas agnósticos son las leyes inmanentes de la historia para los religiosos como Francisco lo es el Plan de Dios. Restaría saber si el Plan de Dios es un orden ya dado o es el ejercicio de la libertad para construir el futuro. Es importante desmenuzar este intríngulis justo en este momento de la historia universal, cuando las ideologías de la salvación por todos han caído irremediablemente.

Donde Ivereigh se equivoca es cuando atribuye al pensamiento de Bergoglio los colores y los sonidos del nacionalismo católico. El nacionalismo tanto como el marxismo son cuerpos dogmáticos que deben su existencia al racionalismo y la ilustración como afirma el filósofo francés Alain de Benoist (Comunismo y Nazismo) al sostener que tanto uno como otro sostuvieron la utopía de la sociedad sin clases como la utopía de la raza pura. Ambos pretendieron torcer por la violencia la realidad circundante haciendo tábula rasa de costumbres y tradiciones. Forzando la modernidad a golpes de archipiélagos y cámaras de gases.
Resta decir, por las dudas que el lector confunda el propósito de este artículo, que el mismo se orienta a esclarecer similitudes epistemológicas del pensamiento de los hombres nombrados sin la más mínima intencionalidad política, como sí la tienen ciertos dirigentes políticos peronistas que huérfanos de líder buscan en el Papa una conducción terrena. Craso error.

Claudio Chaves

Historiador

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